“Creer en el progreso social es pensar que mañana será mejor que hoy y que, por lo tanto, se puede apostar desde ahora a esa mejora todavía venidera y actuar en consecuencia”, sostiene al comienzo de El ascenso de las incertidumbres el catedrático francés Robert Castel. A principios de los años 70 podíamos todavía creer en ese progreso; es decir contar con el propio trabajo, contraer con confianza préstamos para una vivienda, tener la certeza de que los hijos contarían con una situación profesional muy superior a la que viven sus padres. Pero hoy la situación habría cambiado radicalmente, al menos en el análisis de la sociedad francesa a la que se refiere Castel. Las sucesivas crisis con las que se intentó explicar la situación responden, según Castel, a que “salimos del capitalismo industrial y entramos en un nuevo régimen capitalista que sin duda es menos importante nombrar que comprender cómo y en qué medida afecta las maneras de producir y de intercambiar y los modos de regulación que se habían impuesto bajo el capitalismo industrial”. Ese capitalismo industrial “al final de su período de mayor desarrollo, había llegado a promover una gestión regulada” de las desigualdades sociales, poniendo en juego “un principio de satisfacción diferida en función del cual cada grupo, llegado el momento, puede programar la mejora de su condición. Debido a eso, la radicalidad de los conflictos es desactivada en el presente (nunca se juega a todo o nada) y llegado el caso hasta se puede anticipar una reducción progresiva de las desigualdades. Como mañana será mejor que hoy, ya no hay que encarar una lucha final, y desde ahora cada categoría social ve cómo mejora su situación y se consolidan sus conquistas...”.
Pero ahora la transformación habría sido decisiva con el derrumbe progresivo de la sociedad salarial, provocando un peligroso estremecimiento en la estructura misma de la sociedad. Aunque se trata de un proceso abierto, es evidente que Castel no mira con demasiado optimismo lo que puede aparejar la precarización de las relaciones de trabajo, la descolectivización y la ubicua exhortación a afianzar el individualismo. Sin embargo, “la situación actual no está totalmente gobernada por un determinismo económico que iría en el sentido del arrasamiento de los derechos del trabajo y de la protección de los trabajadores. Más bien está caracterizada por la coexistencia de varios parámetros que ejercen presiones contradictorias. Y el “factor humano’ es sin duda el más imprevisible’”.
Pero ahora la transformación habría sido decisiva con el derrumbe progresivo de la sociedad salarial, provocando un peligroso estremecimiento en la estructura misma de la sociedad. Aunque se trata de un proceso abierto, es evidente que Castel no mira con demasiado optimismo lo que puede aparejar la precarización de las relaciones de trabajo, la descolectivización y la ubicua exhortación a afianzar el individualismo. Sin embargo, “la situación actual no está totalmente gobernada por un determinismo económico que iría en el sentido del arrasamiento de los derechos del trabajo y de la protección de los trabajadores. Más bien está caracterizada por la coexistencia de varios parámetros que ejercen presiones contradictorias. Y el “factor humano’ es sin duda el más imprevisible’”.
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