La plutocracia y la clase política que le sirve han elevado sus anhelos a un lugar común: entronizar nuevamente al PRI en Los Pinos. Es una verdad que todo México sabe, afirma oronda Beatriz Paredes. Y la algarabía mediática se desvive en redondear frases, iniciar estudios, publicitar sondeos y dictar sentencias afines. Los difusores del modelo imperante, siempre atentos a los devaneos y vicisitudes de las alturas, hace ya tiempo que olieron las guías superiores y ejecutan, con envidiable celo, sus caviladas instrucciones. Los cánticos surgen, a borbotones, de sus gargantas y plumas y llegan, por incontables recovecos, al sitio apuntado de antemano en el inapelable mandato. El grito que se oye es sonoro, amplificado, multitudinario y central: no hay forma de oponerse, y menos vencer, a Enrique Peña Nieto. Él es el más adelantado de los priístas y, por derivación inequívoca, de todos los demás. El mero campeón, el escogido de los oráculos, apadrinado por los hacedores del sistema vigente.
Peña Nieto apareció de pronto en la pantalla de Televisa y penetró, paso a pasito, en los hogares de los mexicanos para enroscarse ahí desde hace ya cinco largos años. Se le introdujo con frases hechas a su medida, misma que ha resultado, ciertamente, corta en tamaños y contenidos. Los decorados atriles, donde se le sitúa con frecuencia, pretenden darle un toque de suavidad positiva, base complementaria de su atildada figura. De sus movimientos corporales emana, constantemente, la fórmula concertadora que esquiva controversias y tira buena onda. Todo un tinglado que se desarrolla bajo la más estricta supervisión de una nube de asesores de imagen que lo siguen y decoran con el esmero de una estrella. De esa pasta está labrado su perfil público. Esa es la fuerza que lo impulsó hasta situarlo en el privilegiado sitial de las preferencias electorales, según encuestas a modo y dichos de "acreditados" difusores del oficialismo.
La invencibilidad del PRI no sólo se predica del lejano 2012, sino que se aplica, sin trámite alguno, a las venideras elecciones del Edomex. No hay postura disidente que distraiga la atención de la opinocracia mediática. En ese cielo de postulantes solícitos, los supuestos son, también, conclusiones. Los alegatos de "acreditados" expertos se trastocan en dogma que explica y agota la seguridad del triunfo. Los dirigentes del PRD mismo, con sus asesores, estrategas y políticos de acompañamiento, colaboraron gustosos a levantar tan engañosa fantasmagoría. Predicaron, ante cualquiera que los quisiera oír, (y claro está, tuvieron abiertos los micrófonos, los comentarios y las pantallas) que era indispensable una coalición para enfrentar, con posibilidades de éxito, al acabado, al consagrado fenómeno de masas en que se convirtió al priísta de nuevo cuño y gastadas propuestas. Las posibilidades de vencer al PRI (y a su adalid) en ambas contiendas (2011 y 2012) son tan magras como la vigencia de la antigravedad, se desgañita el vocinglerío bajo consigna.
La plutocracia, sin embargo, siente aún vahídos que le vienen desde la temida izquierda. Al tiempo que siguen insuflando su globo publicitario atisban alrededor y no quieren aceptar lo que presienten. A pesar de la andanada mediática sin precedentes que desataron desde antes, de mucho antes de los amargos y divisivos tiempos de 2006, una mosca les sigue zumbando en el oído. Los voluminosos intereses que han amasado con avaricia sin límites, les traen compulsas nerviosas ante cualquier amago de finiquito. Es por eso que sus amanuenses siguen apuntando armas comunicativas en esa izquierdosa dirección. Es, quizá por eso, que el secuestro de Fernández de Cevallos causó tal conmoción allá por las cúpulas del poder. Sus estremecimientos de clase, qué duda cabe, llegaron hasta las más temerosas medianías de las escalas sociales. Las cartas enviadas por los secuestradores a los amigos de Fernández de Cevallos les advierten que no hay intocables. A todos puede llegarles el juicio de la historia o, como en este sonado caso, la sentencia de un grupo de organizados violentos que dicen pagar, con similar violencia, a quienes acusan de ser responsables de la terrible situación actual del país.
La degradación de la vida pública llega a extremos notables: gobernadores que heredan el puesto al hermano; hermana incómoda que va por una candidatura; intelectuales y comentaristas que tratan de disfrazar, con cifras de relatividad continental, la criminalidad desatada a raíz de la declaración de guerra al crimen del señor Calderón o; el ocultamiento oficial de los secuestros y crímenes contra los migrantes centroamericanos. Es por esta degradación que se confunde al quehacer político de cara a la sociedad con los cenáculos de los burócratas públicos o partidarios. Hacer pasar una comida de importantes, en un restaurante de moda, como la consagración de un prospecto de candidato de unidad de la izquierda, es un desfiguro. Alejandro Encinas ganó su lugar picando la piedra de la militancia ideológica y partidaria en la base y frente a la gente. López Obrador no lo hizo su autoritaria propuesta. Fue el Movimiento de Regeneración que encabeza el que reconoce sus méritos desde el inicio de la actual gira por el Edomex. Fueron los militantes locales quienes decidieron, en la permanente consulta que AMLO hace en sus recorridos. Ellos exigieron, a grandes voces, la alianza de los partidos de izquierda. Una alianza de base a la que los dirigentes formales del PRD se oponían. Son ellos los que nunca plantearon plebiscito alguno para cimentar sus componendas con el PAN de Calderón y ahora la usan como excusa para tapar su derrota.
La suerte está, finalmente, echada y sus consecuencias se perfilarán, con claridad suficiente, este año de posibles y esperadas renovaciones. Serán los mexiquenses primero, y los mexicanos todos después, los que dirán la última de sus mandonas palabras.
Peña Nieto apareció de pronto en la pantalla de Televisa y penetró, paso a pasito, en los hogares de los mexicanos para enroscarse ahí desde hace ya cinco largos años. Se le introdujo con frases hechas a su medida, misma que ha resultado, ciertamente, corta en tamaños y contenidos. Los decorados atriles, donde se le sitúa con frecuencia, pretenden darle un toque de suavidad positiva, base complementaria de su atildada figura. De sus movimientos corporales emana, constantemente, la fórmula concertadora que esquiva controversias y tira buena onda. Todo un tinglado que se desarrolla bajo la más estricta supervisión de una nube de asesores de imagen que lo siguen y decoran con el esmero de una estrella. De esa pasta está labrado su perfil público. Esa es la fuerza que lo impulsó hasta situarlo en el privilegiado sitial de las preferencias electorales, según encuestas a modo y dichos de "acreditados" difusores del oficialismo.
La invencibilidad del PRI no sólo se predica del lejano 2012, sino que se aplica, sin trámite alguno, a las venideras elecciones del Edomex. No hay postura disidente que distraiga la atención de la opinocracia mediática. En ese cielo de postulantes solícitos, los supuestos son, también, conclusiones. Los alegatos de "acreditados" expertos se trastocan en dogma que explica y agota la seguridad del triunfo. Los dirigentes del PRD mismo, con sus asesores, estrategas y políticos de acompañamiento, colaboraron gustosos a levantar tan engañosa fantasmagoría. Predicaron, ante cualquiera que los quisiera oír, (y claro está, tuvieron abiertos los micrófonos, los comentarios y las pantallas) que era indispensable una coalición para enfrentar, con posibilidades de éxito, al acabado, al consagrado fenómeno de masas en que se convirtió al priísta de nuevo cuño y gastadas propuestas. Las posibilidades de vencer al PRI (y a su adalid) en ambas contiendas (2011 y 2012) son tan magras como la vigencia de la antigravedad, se desgañita el vocinglerío bajo consigna.
La plutocracia, sin embargo, siente aún vahídos que le vienen desde la temida izquierda. Al tiempo que siguen insuflando su globo publicitario atisban alrededor y no quieren aceptar lo que presienten. A pesar de la andanada mediática sin precedentes que desataron desde antes, de mucho antes de los amargos y divisivos tiempos de 2006, una mosca les sigue zumbando en el oído. Los voluminosos intereses que han amasado con avaricia sin límites, les traen compulsas nerviosas ante cualquier amago de finiquito. Es por eso que sus amanuenses siguen apuntando armas comunicativas en esa izquierdosa dirección. Es, quizá por eso, que el secuestro de Fernández de Cevallos causó tal conmoción allá por las cúpulas del poder. Sus estremecimientos de clase, qué duda cabe, llegaron hasta las más temerosas medianías de las escalas sociales. Las cartas enviadas por los secuestradores a los amigos de Fernández de Cevallos les advierten que no hay intocables. A todos puede llegarles el juicio de la historia o, como en este sonado caso, la sentencia de un grupo de organizados violentos que dicen pagar, con similar violencia, a quienes acusan de ser responsables de la terrible situación actual del país.
La degradación de la vida pública llega a extremos notables: gobernadores que heredan el puesto al hermano; hermana incómoda que va por una candidatura; intelectuales y comentaristas que tratan de disfrazar, con cifras de relatividad continental, la criminalidad desatada a raíz de la declaración de guerra al crimen del señor Calderón o; el ocultamiento oficial de los secuestros y crímenes contra los migrantes centroamericanos. Es por esta degradación que se confunde al quehacer político de cara a la sociedad con los cenáculos de los burócratas públicos o partidarios. Hacer pasar una comida de importantes, en un restaurante de moda, como la consagración de un prospecto de candidato de unidad de la izquierda, es un desfiguro. Alejandro Encinas ganó su lugar picando la piedra de la militancia ideológica y partidaria en la base y frente a la gente. López Obrador no lo hizo su autoritaria propuesta. Fue el Movimiento de Regeneración que encabeza el que reconoce sus méritos desde el inicio de la actual gira por el Edomex. Fueron los militantes locales quienes decidieron, en la permanente consulta que AMLO hace en sus recorridos. Ellos exigieron, a grandes voces, la alianza de los partidos de izquierda. Una alianza de base a la que los dirigentes formales del PRD se oponían. Son ellos los que nunca plantearon plebiscito alguno para cimentar sus componendas con el PAN de Calderón y ahora la usan como excusa para tapar su derrota.
La suerte está, finalmente, echada y sus consecuencias se perfilarán, con claridad suficiente, este año de posibles y esperadas renovaciones. Serán los mexiquenses primero, y los mexicanos todos después, los que dirán la última de sus mandonas palabras.
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