La incógnita de estas horas es si el ejército de Egipto aceptará la “mesa de transición” recetada el sábado por Barack Obama y mejor explicada el domingo por Hillary Clinton. Estados Unidos le quitó sorpresivamente su apoyo a Hosni Mubarak, el aliado clave de 83 años que gobernó como dictador durante 30 años, a los que deben sumárseles los 6 que sirvió la vicepresidencia (1975-1981) bajo Anuar El Sadat, el heredero de Gamal Abdel Nasser que fue asesinado por islamistas durante un desfile militar en 1981. La breve historia republicana de Egipto comenzó con Nasser en 1952, quien murió en 1970.
El ejército es la única instancia real de poder en Egipto, así como en Túnez y otros países, aunque los partidos gobernantes luzcan vistosas escenografías. Los Hermanos Musulmanes no impulsaron la revuelta para derrocar a Mubarak, aunque lógicamente terminaron sumándose. Probablemente, el jefe del estado mayor del ejército, general Sami Anan, haya regresado a El Cairo con ideas más precisas de los deseos de Washington, tras interrumpir el sábado 29 su visita a Estados Unidos. En el reducido escenario político egipcio brillan pocas figuras de “transición democrática” aceptables para Washington. Y las más mencionada por los grandes medios que venden esta nueva “revolución” son Mohamed El Baradei, el ex director de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AEIA), a quien el domingo le levantaron el arresto domiciliario, y secundariamente otros personajes como Amro Musa, secretario de la Liga Árabe.
Washington garantizó que seguirá enviando su cuota anual de ayuda de 1.600 millones de dólares a este país de 83 millones de habitantes apretujados en un territorio de poco menos de un millón de km2, donde casi la mitad de la población sobrevive con menos de dos dólares por día y el 85% profesa el Islam, que tiene estatus de religión del Estado. El ingreso per cápita es de 2.270 dólares, según datos del Banco Mundial de 2009. El ejército posee 340.000 efectivos, 18.500 la marina, 30 mil la fuerza aérea y 80 mil la defensa anti-aérea. Los uniformados activos suman 468.500 más 479.000 reservistas, a los que deben sumarse 397.000 de las fuerzas paramilitares (policías y afines), según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS 2010). Significa que Mubarak está respaldado por 1.344.500 hombres armados.
El ejército egipcio ya sustituyó desde el sábado a la odiada policía en las calles de las principales urbes (El Cairo, Alexandria, Ismailia y Suez). Muchos generales y altos oficiales se dirigieron a las masas y fueron ovacionados por la multitud entusiasta que se tomó fotos y trepó a los tanques, mientras la desesperación por retener el poder condujo a Mubarak a nombrar por primera vez un vicepresidente, Suleiman Shafiq, el jefe de sus servicios secretos de represión. La movida, evidentemente, no cumplió su objetivo. No entusiasmó a Estados Unidos ni al ejército, en un país donde el único vicepresidente que ha existido en medio siglo de política ha sido precisamente Mubarak, quien tenía en mente una sucesión a la Kim Il Sung: su hijo Gamal, banquero, secretario general adjunto y presidente del comité político del Partido Nacional Democrático (PND), la tienda de su papá, sería el “ganador” fácil de las próximas “elecciones” presidenciales previstas para septiembre de 2011. Pero está opción se diluyó el domingo, cuando Al Jazeera informó que la esposa del jefe de Estado egipcio, Suzanne Mubarak, y sus dos retoños, Gamal y Alaa, huyeron a Londres, noticia cuya difusión provocó el cierre de la cadena panárabe de Qatar. Aunque Mubarak no tenga futuro político, Egipto sigue siendo una pieza estratégica clave para Estados Unidos e Israel en Oriente Medio. El enemigo más real de Estados Unidos ya no es el “comunismo”, ni siquiera el debilitado islamismo egipcio y menos aún el desfalleciente mítico Al Qaeda, sino el amenazante perfil geoestratégico que dibuja la trinidad China, Rusia e Irán.
Al fin de cuentas, el mundo algo tiene que cambiar para que todo siga igual. La perpetuación del neoliberalismo globalizado por las grandes potencias occidentales y sus transnacionales financieras, mediáticas, industrial-militares y succionadoras de los recursos naturales del planeta, requiere apariencias más convincentes de que satisface la creciente hambruna popular, tanto el hambre por comida como por libertad y democracia. Las monarquías y dictaduras abiertas o encubiertas -no sólo del mundo árabe e islámico- tienen que desaparecer, como en Túnez, para abrir paso a nuevos esquemas de dominación más aceptables para los oprimidos y menos contradictorios con la imagen internacional del “progreso” que dibujan a diario los grandes medios transnacionales oligopólicos en un mundo todavía sumido en la crisis económica y financiera que provocó Estados Unidos. La propia Iglesia Católica ha sabido conservar cuotas de poder adaptándose al paso de los siglos.
Suena raro y contradictorio, pero Mubarak ya no sirve a los intereses de Washington. Pareciera que el imperio Estados Unidos, su aliado europeo, el brazo militar mundial de la OTAN y las transnacionales de todo orden se aburrieron del dictador egipcio, tal como antes abandonaron a Pinochet -después de 17 años de haberlo instalado en el poder en Chile- y del mismo modo abandonaron a su suerte en Túnez al “social demócrata” Ben Alí, la niña bonita de Europa, del capitalismo mundial y el FMI por casi tres décadas. No son las redes sociales ni la creencia en el Islam lo que motoriza a los habitantes de Túnez o Egipto, sean jóvenes o viejos: es el hambre. Claro que las redes facilitan, ayudan y sirven a la movilización popular, al igual que los teléfonos celulares. Pero por sí mismas no definen los contenidos políticos de una aspiración popular masiva, ni tienen más preeminencia que los manifiestos y las palomas mensajeras en la gestación de la Revolución Francesa, que –por si acaso- ocurrió en 1789.
Estados Unidos tiene experiencia en abandonar viejos aliados y fabricar cambios políticos. Recientemente promovió las “revoluciones de colores” en el patio trasero de la vieja Unión Soviética para fastidiar a Rusia y ahora aparece incentivando “revoluciones de flores” contra sus más fieles colaboradores del mundo árabe. En Ucrania y Georgia Washington impuso gobernantes educados y formados en universidades de Estados Unidos, que más bien parecían ciudadanos estadounidenses. CNN-Obama ya consagraron para Egipto el epíteto de “la revolución de los jazmines” y sus sesudos “analistas” dicen que les recuerda “la revolución de los claveles de Portugal” (1974) -que conocen sólo de oídas- y sólo porque fraternizan militares y civiles. No es casual que la doctrina militar popular de la primera mitad del siglo 20 se llamara también “nasserista”. Fue asumida por el partido Apra del Perú, influyente en la Escuela Militar de Miraflores antes que su líder Raúl Haya de La Torre se doblegara ante Estados Unidos y se reencarnara en Alan García. E inspiró a militares-políticos de distintas décadas, entre otros como Jacobo Arbenz, que ganó las elecciones en Guatemala (1951-1954) y fue derrocado por la CIA, o Juan Velasco Alvarado que dio un golpe en Perú (1968-1975). No es sorprendente que detrás de “la revolución de los jazmines” esté la mano de la CIA, como lo estuvo tras el último golpe contra Manuel Zelaya en Honduras (2009). Además que se nota en los impecables letreros de fondo negro y amarillo que lucen por igual manifestantes de Nueva York y El Cairo.
El ejército es la única instancia real de poder en Egipto, así como en Túnez y otros países, aunque los partidos gobernantes luzcan vistosas escenografías. Los Hermanos Musulmanes no impulsaron la revuelta para derrocar a Mubarak, aunque lógicamente terminaron sumándose. Probablemente, el jefe del estado mayor del ejército, general Sami Anan, haya regresado a El Cairo con ideas más precisas de los deseos de Washington, tras interrumpir el sábado 29 su visita a Estados Unidos. En el reducido escenario político egipcio brillan pocas figuras de “transición democrática” aceptables para Washington. Y las más mencionada por los grandes medios que venden esta nueva “revolución” son Mohamed El Baradei, el ex director de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AEIA), a quien el domingo le levantaron el arresto domiciliario, y secundariamente otros personajes como Amro Musa, secretario de la Liga Árabe.
Washington garantizó que seguirá enviando su cuota anual de ayuda de 1.600 millones de dólares a este país de 83 millones de habitantes apretujados en un territorio de poco menos de un millón de km2, donde casi la mitad de la población sobrevive con menos de dos dólares por día y el 85% profesa el Islam, que tiene estatus de religión del Estado. El ingreso per cápita es de 2.270 dólares, según datos del Banco Mundial de 2009. El ejército posee 340.000 efectivos, 18.500 la marina, 30 mil la fuerza aérea y 80 mil la defensa anti-aérea. Los uniformados activos suman 468.500 más 479.000 reservistas, a los que deben sumarse 397.000 de las fuerzas paramilitares (policías y afines), según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS 2010). Significa que Mubarak está respaldado por 1.344.500 hombres armados.
El ejército egipcio ya sustituyó desde el sábado a la odiada policía en las calles de las principales urbes (El Cairo, Alexandria, Ismailia y Suez). Muchos generales y altos oficiales se dirigieron a las masas y fueron ovacionados por la multitud entusiasta que se tomó fotos y trepó a los tanques, mientras la desesperación por retener el poder condujo a Mubarak a nombrar por primera vez un vicepresidente, Suleiman Shafiq, el jefe de sus servicios secretos de represión. La movida, evidentemente, no cumplió su objetivo. No entusiasmó a Estados Unidos ni al ejército, en un país donde el único vicepresidente que ha existido en medio siglo de política ha sido precisamente Mubarak, quien tenía en mente una sucesión a la Kim Il Sung: su hijo Gamal, banquero, secretario general adjunto y presidente del comité político del Partido Nacional Democrático (PND), la tienda de su papá, sería el “ganador” fácil de las próximas “elecciones” presidenciales previstas para septiembre de 2011. Pero está opción se diluyó el domingo, cuando Al Jazeera informó que la esposa del jefe de Estado egipcio, Suzanne Mubarak, y sus dos retoños, Gamal y Alaa, huyeron a Londres, noticia cuya difusión provocó el cierre de la cadena panárabe de Qatar. Aunque Mubarak no tenga futuro político, Egipto sigue siendo una pieza estratégica clave para Estados Unidos e Israel en Oriente Medio. El enemigo más real de Estados Unidos ya no es el “comunismo”, ni siquiera el debilitado islamismo egipcio y menos aún el desfalleciente mítico Al Qaeda, sino el amenazante perfil geoestratégico que dibuja la trinidad China, Rusia e Irán.
Al fin de cuentas, el mundo algo tiene que cambiar para que todo siga igual. La perpetuación del neoliberalismo globalizado por las grandes potencias occidentales y sus transnacionales financieras, mediáticas, industrial-militares y succionadoras de los recursos naturales del planeta, requiere apariencias más convincentes de que satisface la creciente hambruna popular, tanto el hambre por comida como por libertad y democracia. Las monarquías y dictaduras abiertas o encubiertas -no sólo del mundo árabe e islámico- tienen que desaparecer, como en Túnez, para abrir paso a nuevos esquemas de dominación más aceptables para los oprimidos y menos contradictorios con la imagen internacional del “progreso” que dibujan a diario los grandes medios transnacionales oligopólicos en un mundo todavía sumido en la crisis económica y financiera que provocó Estados Unidos. La propia Iglesia Católica ha sabido conservar cuotas de poder adaptándose al paso de los siglos.
Suena raro y contradictorio, pero Mubarak ya no sirve a los intereses de Washington. Pareciera que el imperio Estados Unidos, su aliado europeo, el brazo militar mundial de la OTAN y las transnacionales de todo orden se aburrieron del dictador egipcio, tal como antes abandonaron a Pinochet -después de 17 años de haberlo instalado en el poder en Chile- y del mismo modo abandonaron a su suerte en Túnez al “social demócrata” Ben Alí, la niña bonita de Europa, del capitalismo mundial y el FMI por casi tres décadas. No son las redes sociales ni la creencia en el Islam lo que motoriza a los habitantes de Túnez o Egipto, sean jóvenes o viejos: es el hambre. Claro que las redes facilitan, ayudan y sirven a la movilización popular, al igual que los teléfonos celulares. Pero por sí mismas no definen los contenidos políticos de una aspiración popular masiva, ni tienen más preeminencia que los manifiestos y las palomas mensajeras en la gestación de la Revolución Francesa, que –por si acaso- ocurrió en 1789.
Estados Unidos tiene experiencia en abandonar viejos aliados y fabricar cambios políticos. Recientemente promovió las “revoluciones de colores” en el patio trasero de la vieja Unión Soviética para fastidiar a Rusia y ahora aparece incentivando “revoluciones de flores” contra sus más fieles colaboradores del mundo árabe. En Ucrania y Georgia Washington impuso gobernantes educados y formados en universidades de Estados Unidos, que más bien parecían ciudadanos estadounidenses. CNN-Obama ya consagraron para Egipto el epíteto de “la revolución de los jazmines” y sus sesudos “analistas” dicen que les recuerda “la revolución de los claveles de Portugal” (1974) -que conocen sólo de oídas- y sólo porque fraternizan militares y civiles. No es casual que la doctrina militar popular de la primera mitad del siglo 20 se llamara también “nasserista”. Fue asumida por el partido Apra del Perú, influyente en la Escuela Militar de Miraflores antes que su líder Raúl Haya de La Torre se doblegara ante Estados Unidos y se reencarnara en Alan García. E inspiró a militares-políticos de distintas décadas, entre otros como Jacobo Arbenz, que ganó las elecciones en Guatemala (1951-1954) y fue derrocado por la CIA, o Juan Velasco Alvarado que dio un golpe en Perú (1968-1975). No es sorprendente que detrás de “la revolución de los jazmines” esté la mano de la CIA, como lo estuvo tras el último golpe contra Manuel Zelaya en Honduras (2009). Además que se nota en los impecables letreros de fondo negro y amarillo que lucen por igual manifestantes de Nueva York y El Cairo.