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lunes, 20 de septiembre de 2010

El Terremoto que viene.


No se trata de ninguna profecía ni de invocar un mal para nuestro ya de por sí maltratado país. Es simplemente la inocultable verdad de Perogrullo de que en las zonas sísmicas, tiembla.

Es un hecho que no tenemos que preocu­parnos por los efectos catastróficos de las avalanchas de nieve. Pero huracanes, terremotos, tsunamis, son parte de la variedad de catástrofes naturales a las que estamos expuestos todo el tiempo en este país.

Y hay que estar preparados para ello. La cultura de protección civil tiene que ir más allá de estos megasimulacros muy vistosos, como el de hoy a las 11:00 de la mañana. Los ensayos para reaccionar ante lo inevitable tienen que convertirse en algo más que la foto anual que pretenda reflejar a una autoridad preocupada.

En la parte financiera debe haber también una preparación por parte de autoridades y particulares.

Datos del Banco Mundial indican que los países emergentes perdieron 7% de su Producto Interno Bruto como consecuencia de desastres naturales entre 1977 y el 2001.

Y lo peor es que a pesar de la evidencia histórica de los daños que provocan estas situaciones fortuitas, solamente 3% de las llamadas pérdidas potenciales de los países en desarrollo está asegurado. En los países desarrollados las coberturas de riesgo de lo que un fenómeno natural pueda afectar llegan a 45 por ciento.

Por ello, una catástrofe natural puede ser la puntilla financiera para un país pobre. Y los ejemplos recientes sobran. El terremoto de Haití fue terriblemente devastador de la población y la infraestructura de un país que no estaba preparado para enfrentar esa circunstancia.

Mientras Chile, que sufrió uno de los terremotos más intensos en la historia del planeta, lamentó pérdidas humanas irreparables, pero menores a las haitianas y las construcciones resistieron de mejor forma por ser adecuadas. Y la reconstrucción ha sido ejemplar.

En el caso de México, sólo un terremoto similar al de hace 25 años nos podrá mostrar si los reglamentos de construcción más estrictos se han cumplido sin corrupción. ¡Esperemos que sí!

Donde nuestro país ha puesto un buen ejemplo de cómo prepararse ante la eventualidad de una desgracia natural es con la creación de los llamados bonos catastróficos. Un instrumento financiero con una tasa altamente atractiva que obtiene a cambio recursos si una catástrofe natural cumple con ciertas características.

Vamos, no es realizable este bono cada vez que un huracán le pega a México, porque no sería negocio para los adquirientes del instrumento. Basta ver esta temporada para ver qué tan seguido nos pegan estas calamidades.

Pero un sismo, como cualquiera de los dos que nos azotaron hace un cuarto de siglo, sí destaparía esa cartera de recursos.

Estos bonos tienen una serie de condiciones que se deben de cumplir para que apliquen. Son bonos de riesgo que aceptan los adquirientes, porque son una apuesta. Ganan los inversionistas si durante el tiempo de vigencia no pasa nada, porque se llevan un buen premio y pierden si durante su vigencia ocurre una catástrofe.

Hace exactamente 11 meses el gobierno federal y el Banco Mundial contrataron uno de esos bonos catastróficos por 290 millones de dólares.

El diseño y aplicación de este bono le valió a México el reconocimiento internacional porque prepara financieramente al país ante lo inevitable.

Si tuviéramos que enfrentar una desgracia de proporciones mayores, que pudieran poner en riesgo las cuentas nacionales, aquí habría una cuerda financiera para agarrarnos. Lo que deberían procurar las autoridades reguladoras mexicanas es que los particulares tuvieran acceso a verdaderos instrumentos de cobertura ante las desgracias naturales.

Las pólizas de seguros son muy curiosas. Un bien inmueble en la ciudad de México puede tener una cobertura contra huracanes, tornados y tormentas de nieve. Pero si se quiere incluir una cobertura por terremoto, muchas veces no está disponible. Y si la hay, cuesta mucho dinero.

O en las costas, las condiciones de contratación de una póliza contra huracanes han cambiado, son terriblemente caras y a veces imposibles de contratar.

La realidad es que más allá de esta preparación financiera no parecemos estar conscientes de la realidad del suelo que pisamos.

La preparación ante lo inevitable no es tener una cultura catastrofista. Es simplemente aceptar que hay fuerzas sobre las que no tenemos control.

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